—Muay thai.

—¿Qué?

—Eso es lo que vas a aprender, Nika.

El arte de las ocho extremidades, donde se usaba todo en conjunto. Algunos decían que era lo bastante letal como para matar a alguien, pero claro, todo dependía de como lo usaran. La rusa estuvo de acuerdo, mientras tuviera algo que pudiera ayudarla, entonces estaría bien. El mayor le explicó que el acondicionamiento le iba a llevar tiempo. Su cuerpo no podía ser perfecto para ningún arte marcial de la noche a la mañana. Le explicó su situación, que trabajaba siempre que estaba en casa en la granja con tal de subsistir a base de lo que plantaban y los animales que criaban. Fue por eso que Khalan empezó a agregar a su rutina ejercicios que pudiera practicar en casa, cuando no estaba con él, o en la escuela, cuando se dedicaba a su formación como bruja. Lo principal era aprender los movimientos iniciales; Jab, cross, gancho, patada frontal, agarres, hubo una variedad de cosas con el codo que le costó aprender a Nika. Practicar fue poner el conocimiento a su alcance, sí, pero todo de forma muy básica. Aún le faltaba trabajar en su fuerza, en su potencia.

Khalan era un maestro implacable. ¿Estaba ebrio casi siempre? Sí, excepto cuando supervisaba su aprendizaje. Llevó a Romanov con distintos ejercicios a su límite, inculcándole técnicas y trucos para que los efectuara mejor. Desde ese día en que la dejaron casi muerta en la pelea clandestina, la rusa se había entregado a esforzarse en algo por primera vez en su vida. No poseía un talento ni un historial lleno de una familia que le enseñara técnicas secretas, solo era ella, su determinación y sus ganas de superarse.

—Si no tienes orgullo, entonces busca algo que te empuje a seguir. Escuchar imbéciles gritando como monos debió ser muy molesto, ¿verdad, mocosa? Se reían de ti porque no pudiste darle un solo golpe a la otra chica.

Recordaba eso. Ruido incesante en su mente mientras intentaba de forma torpe aferrarse a una victoria que no era para ella. De nuevo, su apatía le impidió sentirse mal, pero había algo más dentro de ella, un fuego violento que clamaba por una venganza que no estaba cerca.

—Llenarte la cabeza de nobleza, reglas y juego limpio no es mi intención. Voy a enseñarte a sobrevivir sin una varita. Incluso cuando no tengas un arma, tus puños estarán contigo, ¡tus patadas!

—¿Eso cuanto tiempo me llevará?

—Estás bien alimentada, sí, jugar quidditch te ayudó, pero para lo que tengo en mente serían mínimo… —El viejo contó con sus dedos, hasta que levantó tres de ellos. —Tres años, Nika. Concéntrate en mi entrenamiento durante ese tiempo y podrás comenzar a participar en competencias reguladas.

—Es raro que quieras algo legal considerando como nos conocimos.

—No voy a matar a una niña pequeña metiéndola a pelear contra mastodontes en el callejón Knockturn. No tienes ni el instinto asesino de esos idiotas, ni las capacidades aún. Sería una perdida de tiempo.

Ambos se quedaron mirando fijamente por unos minutos. Nika sabía que había algo más en la mirada del anciano, un atisbo de dolor que escondía un secreto, pero no indagó. Siguió con la rutina de esa semana con tal de empezar a prepararse, aprovechando que aún estaba de vacaciones. El anciano también le preparó algo para cuando entrara en el colegio con tal de que no dejara de entrenar. Fue una tarde de un viernes que Romanov fue invitada por Laia a una de sus peleas en el coliseo. La leona no demoró en aceptar y ahí se dio cuenta…

Del nivel de las enseñanzas de Khalan.

[…]

Laia era mucho más grande que Nika, tenía dieciocho años y parecía fuerte, pero sobre todo, ágil. Al igual que la rusa, era una persona que practicaba Muay Thai, porque eso era la especialidad del anciano borracho. Como discípula y su compañera, parecía tener mucho más conocimiento, pero más allá de corregir sus movimientos a veces o darle consejos, nunca la vio pelear en serio.

Con su identidad totalmente cubierta, llegó al mismo coliseo. El ruido de las gradas era una locura. A pesar de que solo había una pelea programada para ese día, Laia estaba bajo el seudónimo de “Golden”, vestida con negro y dorado, parecía alguna especie de caballero que andaba con pasos ligeros. Su oponente era un chico que se veía más pesado, pero no por ello menos rápido. Lanzaba puñetazos al aire en lo que gritaban “Destructor”, parecía fascinado de que el público lo adorara. El encargado explicó las reglas que ya conocía bien.

El primer puñetazo del destructor llegó con saña hacia el abdomen ajeno, golpeó a la chica, pero no se inmutó bajo la máscara de demonio que llevaba. La sonrisa en pintura dorada pareció brillar cuando aprovechó que el brazo de su rival estaba estirado para tomarlo, sometiéndolo en un rápido movimiento que dobló la existencia del mismo. El grito agudo del varón fueron carcajadas ajenas de quienes no dimensionaban el dolor del movimiento realizado.

Lo soltó, permitiendo que se levantara. Se quedaron quietos por algunos segundos antes de reanudar el intercambio de golpes, que no tenían nada que ver con la inexperiencia del torneo juvenil. Buscaban hacer daño, fulminar a quien se enfrentaban. Parecía ir todo muy parejo hasta que ya no lo fue. Un golpe en la boca ajena hizo volar los dientes del destructor, quien empezaba a sentir el sabor metálico, intentó alzar la mano para rendirse, pero…

Sus dedos crujieron bajo el pie de Golden, se ahogó con su dolor. Por más que intentaba dar muestras de que quería dejar de pelear, Laia no dejó que se notaran. Lo siguiente solo fue un juego sádico donde la artista del Muay Thai usó patadas para levantarlo, dejándolo a merced de golpes dolorosos, pero no fulminantes que enloquecían a la gente que solo miraba lo superficial. Una vez que perdió la consciencia, las personas en las gradas gritaron un solo nombre.

Nika estaba… Impactada. Ahora entendía la razón de Khalan para no dejarla participar ahí.

[…]

Lo último que Romanov recordaba de esa pelea fue que Laia se cambió y fue a buscarla, tenía la sonrisa más aterradora que pudo haber visto en una mujer y le manchó la mejilla con la sangre que aún quedaba en su mano cuando la acarició. Le fue diciendo paso por paso que hizo, esperando que ella misma aprendiera de sus métodos. La rusa no hizo amago de llevarle la contraria en ningún momento, por primera vez respetaba a alguien lo suficiente solo para asentir.

Los siguientes meses se dedicó a repetir los ejercicios que sabía. Frente al espejo que había en el gimnasio, ejecutaba bajo las órdenes de Khalan las combinaciones básicas del Muay Thai que debía aprenderse. El viejo siempre era sabio, enseñándole la forma correcta de calentar para que no tuviera ninguna lesión que pudiera fastidiarles el itinerario.

—Protege tus sienes, eso es. Ahora, ¡primera combinación! Mantén la guardia, levanta la rodilla, no toda, muy bien. —Nika estaba siguiendo los pasos a buena velocidad, aunque se notaba que le faltaba mejorar—Empuja, vuelve hacia atrás. Eso, un amague ahora, pisa adelante, ¡derecha!

La leona siguió en ello, cambiando según se lo pedía su maestro. Se tomaba su tiempo para repetirlo las veces que fuera necesario, hasta que la sensación se le quedaba grabada. Cuando volviera al colegio tendría que ponerse a practicar a escondidas. Una, porque quería evitar preguntas, otra, porque la mayoría de chicos de su curso eran unos idiotas. La verían practicar y seguro se lanzarían a querer imitarla para mostrarse superiores cuando no sabían lo desgastador que era lo que estaba aprendiendo. Pasaba de los tontos así. Si iba a hacer algo, lo haría a su ritmo, muy a su forma.

Lo bueno era que gastar tanta energía la mantenía calmada, alejaba los pensamientos más erráticos de su mente. Pero también había una parte violenta de sí misma, la que crecía cuando recordaba todo el espectáculo que había visto. El terror para alguien normal era una curiosidad insana para Nika que se preguntó como era la sensación de ser peligrosa de verdad. El ensombrecimiento de su mirada se detuvo cuando recordó donde estaba y el destello de la imagen de cierta rubia le hizo sonreír ante la inquietud de Laia y su maestro.

—Eso es todo. Ya nos veremos cuando salgas de vacaciones. Aquí tienes la lista de la rutina para tu vuelta a clases. Manda cartas a Laia o a mí si necesitas consejo sobre algo en específico.

—Gracias.

—Buena suerte, mocosa. Lo estás haciendo bien.

¿Realmente? Esperaba que sí.

¿Qué era ella? Una bastarda, la sobra de una sociedad que negó su existencia, de una familia que la olvidó. Ya estaba rota. Nada de lo que hicieran la haría crecer como una chica normal. Ahora solo debía intentar adaptarse para llevar el mejor estilo de vida que pudiera. Por eso se inscribió en ese torneo clandestino. Necesitaba esos 300G de recompensa, porque haber perdido el concurso de música hizo que los echaran del departamento, sobrevivían en una pequeña granja que se caía a pedazos, alejados de todos.

Lev la cuidaba, pero también trabajaba en el ministerio. Helen atendía de forma clandestina al ser una sanadora retirada, por eso no sacaba mucho dinero. Su trabajo como cobradora aportaba, pero seguía sin ser suficiente. El dinero la movió y ahí estaba el resultado, en ese sitio lleno de gritos, groserías, apuestas y comida de dudosa.

Nika se había criado en un ambiente turbio. Su madre, que alguna vez fue una prostituta de las calles mágicas de Rusia, le enseñó a picarle los ojos a los hombres si intentaban algo con ella, a morderlos, pero nunca tuvo una enseñanza digna de algún deporte o arte marcial. Así que iba a pegarse como pudiera para ver sí en uno de los deslices del dios que se burlaba de ella, podía ganar el sangriento torneo.

¡Y vaya que lo fue! Con los dientes volando, la sangre saltando por todos lados y esas dos chicas que se dañaron hasta que una no se movió más. Quizás ese fue el punto de inflexión para la apática chica que era Romanov. Veía el caos, el miedo, la preocupación ajena, pero ella no se inmutó y se preguntó otra vez que estaba mal con su persona. Sin saber quién estaba debajo de la máscara (y que se parecía tanto a la persona que más le importaba) solo fue un cuerpo para ver. Salió huyendo cuando todos lo hicieron, más para no comprometerse que por miedo. Pero aún recordaba el olor metálico de la sangre.

[…]

Hace unos meses había empezado a entrenar su cuerpo muy a su forma. Como golpeadora de los Golden Basilisks, se dio cuenta de que si quería tener un mejor rendimiento, entonces tendría que mejorar su condición física. No contaba con la posibilidad de acceder a algún profesional que la guiara, por lo que buscó entre los comentarios de los fanáticos del deporte ejercicios para luego intentar ella. Así se mantuvo hasta el extraño encuentro con ese anciano que iba con una petaca a todas partes. Nika que solía leer lo suyo sabía que los hombres con esa apariencia eran vagabundos, pero encontrarlo después de presenciar la aparente muerte de alguien con su edad, le hizo detenerse cuando la llamó.

—Si ese mocoso no se ha muerto, otros lo harán. Nadie sabe pelear aquí, tsk.

—Esa es la gracia, supongo. Solo quieren ver sangre.

—Tendrías más posibilidades de ganar si alguien te guiara en como noquear a otros.

La leona miró al anciano. La barba le brillaba por las gotas del alcohol que tomaba, su cara estaba sucia y su ropa muy desordenada, para la sorpresa de Nika, no olía mal, lo que volvía el asunto sospechoso. A pesar de su desconfianza y de la gente que seguía saliendo, se quedó ahí.

—Lo dice como si usted supiera de eso.

—Yo entreno a campeones, niña. Lo que pasa es que luego se olvidan de mí y se van con la gente rica. Bah, no saben nada. Pelear es un arte. Cualquiera gana, pero lograr que tu rival se rinda es otra cosa.

Eran un hombre ebrio, niños corriendo y la bastarda en medio del callejón peligroso que las personas de bien no frecuentaban. Aun así, la azabache avanzó hacia el viejo para sacarse unas monedas del bolsillo. Eran 20G que llevaba por si las cosas se ponían tensas y tenía que persuadir a alguien de dejarla ir.

—Solo tengo esto. Si me enseña, se los doy.

—Ya me hacía falta comprarme otra caja de cigarrillos. Acepto. —Le arrebató las monedas de las manos y Nika lo dejó. —Ven mañana al callejón Diagon, cerca de la librería. Te estaré esperando para que comiences tu… Hip. Entrenamiento.

—Claro.

[…]

Después de eso se había ido. ¿Por qué una persona desconfiada y apática como la gryffindor estaba cayendo ante una estafa tan obvia? Pues no quería que un mago adulto le lanzara algún hechizo si se enojaba. Así que fue sensata, dándole lo que llevaba para persuadirlo con tal de solo irse. Lo que no contempló la rusa fue que al día siguiente sí que iría solo por curiosidad a las cercanías de la tienda de libros.

Ahí estaba, lucía menos ebrio que el día anterior, miraba ambos lados, como buscando a alguien.

En su anterior encuentro se encontraba con la máscara y todo el atuendo que llevó para cubrir su identidad, por lo que supuso que era su turno de acercarse. Un paso, dos, y cuando estuvo frente al hombre, le dio un golpecito en la ropa para que volteara hacia su dirección. El ebrio lo hizo.

—¿Si me va a entrenar? Porque si la respuesta es no e intenta hacer algo, voy a gritar.

—La mocosa que quiere aprender a luchar.

—Esa soy yo.

Mientras la gente pasaba preocupada en sus dilemas, Nika miró a los ojos de forma directa a aquel anciano que parecía tan lamentable. El mismo le devolvió el gesto, echando una risa que la menor no entendió. Le desordenó el cabello, provocando que intentara morderle la mano.

—No te importan muchas cosas, ¿no es así, mocosa? Ni una motivación, ni deseo, nada de ambición. Estás vacía.

Otra persona pudo haberse ofendido con aquello, pero Romanov solo asintió. Sabía lo que era, no solo una bastarda de un noble, no solo la chica olvidada por su familia y la fortuna, era un pequeño monstruo que intentaba llevar una vida tan normal como podía. Sus compañeros solían reclamarle de cruel, cuestionaban sus acciones, la falta de empatía se iba notando cada vez más a medida que crecía y solo una persona se salía de su margen; Lorna Ollivander. La rubia no le juzgaba, solo se mantenía ahí con ella, le había enseñado como abrazar a una persona, que estaba bien y que estaba mal, le educaba en cosas referentes a los sentimientos, por eso la apreciaba. O al menos eso creía la Gryffindor. Quedarse pensando en su compañera de curso le hizo distraerse lo suficiente para que el hombre empezara a caminar.

—Veremos si la violencia te da calma. Si sobrevivir te llena un poco. —No le explicó donde iban, Nika que estaba volviendo de su confusión, tampoco le preguntó por ello. —¿Sueles seguir a los extraños con tanta confianza siempre?

—No. Ya le dije que si intentaba hacer algo, iba a gritar. Además… —La azabache sonrió con lo que pareció ser malicia. —Pateo rápido. Le doy en la entrepierna y quizás se muere.

La risa del anciano resonó por el sitio. Eran una dupla de lo más interesante, también extraña.

[…]

Llegaron a un gimnasio. Para sorpresa de Romanov, no la iba a hacer entrenar con cajas en un callejón. El sitio tampoco tenía buen aspecto, pero era mejor de lo que pensó. Avanzaron en el solitario lugar hasta que el sonido de un saco de boxeo siendo golpeado llamó la atención de la adolescente.

—Mi nombre es Khalan, por si no te lo habías preguntado, grosera. A ti te seguiré diciendo mocosa, pero preséntate con mi otra alumna.

—Nika. Nika Romanov.

—Yo soy Laia, Nikita. No le hagas mucho caso a Khalan. Puede parecer un viejo raro, pero es bueno enseñando.

—Que sigo aquí, desgraciada. —El hombre intervino para irse a sentar en una de las bancas del lugar. —Veinte galeones al año, niña. Te entrenaré en tus vacaciones, te enseñaré lo básico para pelear. Pero si quieres sacar algo más de los combates tendrás que poner años de esfuerzo. Las cosas fáciles y rápidas se desmoronan de la misma manera.

—Qué caro… ¿Cómo sé que esto va a funcionar? No quiero perder dinero.

—Todo dependerá de ti y tu voluntad, mocosa. ¿Estás lo suficientemente interesada para dejar tu comodidad y enfocarte en las peleas?

Amaba tocar el piano, su tranquilidad y solo existir, pero necesitaba algo por lo que seguir que no involucrara más que su esfuerzo. Incluso si tenía que aprender algo nuevo, supo que valdría la pena si lograba sacar provecho. Cerró el trato con un apretón de manos y empezó a entrenar ahí mismo. Se negaba a morir, a quedar igual que la persona del coliseo. Si aferrarse a su propia vida la volvía un monstruo, entonces que así fuera.

La salida de Selena a esa hora del día era normal. Terminaba su turno como aprendiz en el ministerio para tomarse un largo recorrido por Londres. No es que no quisiera ver a su adorable compañera de piso; Aspen o la encantadora Gwen, amaba a esas mujeres muy a su forma, pero necesitaba tiempo para sí misma o llegaba de malhumor. Metió las manos en los bolsillos, ajustó su camisa y se dispuso a pasar por el barrio de Westminster, el corazón de ese lugar.

Los turistas se maravillaban con cosas cotidianas, los niños chismeaban entre sí, era un día normal. Le lanzó un par de monedas a un hombre calvo que estaba interpretando una extraña danza como parte de un show callejero. Siguió avanzando, pero se tuvo que devolver a la mitad, porque reconoció esos ojos.

—¿Kazuo?

—¡Saludos, Selena!

Era él. Su amigo espiritual y monje de confianza estaba haciendo malabares mientras bailaba. Los niños entusiastas reían con ganas. Los padres disfrutaban del espectáculo que parecía improvisado. Algunos pedían que diera algunos golpes como en las películas, a lo que su conocido negaba con esa sonrisa bonachona que invitaba a todos a tratarlo bien. Terminó con un salto triple hacia atrás que arrancó un grito en la multitud. Pronto los aplausos anunciaron su retirada y lo vio caminar hacia donde estaba ella.

—Qué coincidencia encontrarte aquí, señor monje. ¿Qué haces en Londres?

—Las coincidencias no existen, señorita Slytherin. —Le hizo señas para que le siguiera y así lo hizo ella. —Estoy aquí por un asunto importante—, mantuvo el suspenso algunos segundos para después apuntarla—Que te incluyen a ti.

—¿Qué?

[...]

Kazuo y Selena se conocieron cuando la misma viajó a Japón con la delegación británica para participar en un torneo de Kendo. Como una novata con todo eso del arte de la espada de los nipones, que lograra el tercer lugar, fue un logro importante. El Bokken que le dieron de premio solía ser utilizado en su departamento para entrenar, pero como era de esperarse, lanzar técnicas supersecretas en un espacio reducido no resultaba muy bien, así que la aprendiz de inefable había decidido buscar por ahí un sitio donde entrenar de forma correcta.

Su mente siempre se desviaba a eso; entrenamientos, peleas, chicas y problemas. Eran los cuatro puntos cardinales de su vida, la razón por la que se estresaba tanto.

—¿Vas a explicarme qué quisiste decir antes, Kazuo?

—Claro, te mereces una explicación. —Convino el monje mientras probaba el té que le acababan de servir. —Te la daré, pero puede que lo consideres una locura. Algo inusual en tu vida.

—¿Más que ver a un monje dar una vuelta invertida después de hacer malabares?

—Más que eso.

Tenía que ser un asunto jodido para que le dijera aquello. La rubia bebió de su vaso de agua esperando que le dijera algo, pero como siempre, ese hombre tenía demasiada paciencia. Bebía del té con una calma envidiable, como si pudiera ver cosas que pasarían en un futuro a través del agua. No fue sino hasta minutos después que volvió a escuchar su voz.

—Mi visita a este país tiene un motivo que te involucra. —Lo sabía, aunque no entendía la razón—Espero que no olvidaras nuestra conversación antes de tu competencia.

—La recuerdo, pero… ¿Qué tiene que ver con ese asunto superimportante?

—La normalidad es un concepto misterioso. Tú nunca te has sentido de ese modo, ¿no es así?—Selena se tensó, porque sabía que era verdad. Su reacción debió bastarle—Alguien muy especial me ha encargado que te haga un ofrecimiento. Una oportunidad de mejorar.

Desconfianza. Ese fue el primer sentimiento de Slytherin cuando escuchó la última palabra. Si bien le tenía aprecio a Kazuo porque le ayudó y era muy carismático, tampoco creía que un ofrecimiento de ese calibre, de ser cierto, fuera fácil. Su mente trabajó para buscar una falla, una letra pequeña. Sus ojos escudriñaron los ajenos para tantearlo. Si le mentía, si ella llegaba a esa conclusión, entonces el vaso de agua que sostenía en su mano se rompería contra su cara.

No encontró nada de eso. Su amigo estaba hablando con honestidad.

—¿Y de qué trata ese ofrecimiento?

—Quedó encantado con tus habilidades en el torneo.

—Terminé en el tercer lugar, de qué habilidades…

—Selena. —El monje la detuvo con un gesto suave—Eran muchos competidores. Incluso el tercer puesto demuestra tu dominio. Aún te falta practicar, claro, pero estás en la línea de partida con algo más importante que un talento innato. ¡Tu determinación! Eso fue lo que llamó la atención de esta persona.

Se preguntó que tan cierto era. Para Slytherin, todo lo que hacía se debía a que era una terca obstinada. Salir de sus peores momentos, abofetear en la cara a los que no creían en ella con sus logros, todo era puro egoísmo. Bebió del agua cediendo un poco, ya no usaría el vaso como un arma. En cambio, permitió que el calvo siguiera hablando.

—Esta persona quiere ofrecerte una oportunidad. Su personal está en Londres buscando gente que esté interesada en la magia y en el manejo de la katana, o sea, el kenjutsu. Va a establecer aquí un pequeño dojo y te quería invitar.

Bueno, eso no sonaba tan descabellado. Ja-ja, porque Kazuo era calvo. Después de su chiste estúpido, la rubia se quedó analizando la situación. Parecía una buena oportunidad para ahorrarse unos cuantos galeones en tiempo de crisis. Estaba el asunto de que la delegación británica también le extendió una invitación para que se sumara, pero solo si lograba abatir a otros tantos en su talento. Tenía que entrenar tanto como pudiera. ¿Qué mejor oportunidad que con este misterioso grupo? Los recursos que no tuvieran sus compatriotas los exprimiría tanto como pudiera.

—Es gratis, ¿verdad? —El monje asintió con entusiasmo. —No es nada ilegal y voy a poder enfrentarme a muchas personas con sus katanas y su técnica, ¿no?

—Más que eso. El maestro es un joven muy entusiasmado por toda disciplina marcial. Puede que tengas la oportunidad no solo de enfrentarte a otros en el arte de la espada. Si no también en muchas disciplinas. ¿Qué dices? ¿Aceptas?

Aunque fuera una trampa y ella estuviera siendo demasiado ingenua, sonaba muy bien para no aceptarlo. Su ambición de slytherin salió a flote cuando estrechó la mano de su amigo, el mismo que le invitó a un par de copas para celebrar. Incluso si tenía sus dudas si podía beber o no, ambos se embriagaron hasta empezar a reír abrazados como si fueran hermanos de toda la vida. Su amiga iba a matarla cuando le dijera que aceptó sin tener más detalles. O quizás omitía aquella cuestión para solo emprender su aventura como un miembro más de un montón de personas que querían mejorar su habilidad con la espada.

¿Qué era lo peor que podía pasar?

[...]

—¿Qué carajos, Kazuo? Esto es como… Una mansión.

—Tiene contactos y digamos que es una persona con influencias. No te dejes llevar por eso. Tu área no es la política, es el deporte.

A pesar de que dijera eso, tuvo que observar la estructura gigantesca que estaba delante de ellos. Después de pedirle a un amigo del monje que los llevara en su auto hasta la localización, llegaron a lo que parecía una casa encantada en un bosque lejos de Londres. La situación no le daba buena espina del todo y claro, había gente dentro de su cabeza que empezaba a crisparse cuál gato por ver como Selena se iba con un aparente extraño sola a un lugar apartado, pero ya estaba ahí. Solo quedaba avanzar.

Dos hombres en traje negro con las varitas en mano se acercaron a ellos. La tensión creció en la rubia que buscó su propio canalizador en su bolsillo. Estaba por apuntarles, cuando el gesto quedó a medio terminar, ambos hicieron una profunda reverencia al más puro estilo oriental cuando llegaron frente al monje.

—Joven maestro Kazuo, nos alegramos de verlo sano y salvo de vuelta.

—Gracias. ¿Pueden ir preparando el salón de reuniones? Y llamen a los demás, tengo cosas que informarles.

—Espera, espera —Selena que seguía procesando todo, se dio la vuelta hacia donde estaba su amigo. —¿Cómo qué joven maestro?

—Así es, señorita Slytherin. Fui el joven maestro todo este tiempo.

—QUÉ.

El asombro de la bruja era notorio. Los dos hombres que aún no alzaban la cabeza estaban irritados, pero no intervinieron. En cambio, Kazuo hizo un gesto negando al ver la sorpresa de su amiga, riendo por lo dicho.

—Es broma, quien quiere que formes parte de su equipo es…

—Soy yo. —Desde la puerta de la residencia salió un chico alto, de cabello oscuro. Iba ataviado con la vestimenta tradicional japonesa, aunque su porte erguido le daba un aspecto ceremonial casi feudal. —Bienvenida, Selena. Espero que la pasemos bien tomando el té.

No era una invitación, era una orden.

—Ella no sobrevivió.

Selena estaba de pie en el gran comedor. Los gritos, el llanto, las celebraciones y los muertos. Todo se mezclaba en un desfile de cadáveres que su mente intentó procesar. No había estado en la batalla como tal, pero cuando se enteró de que Aspen y Gwen estaban metidas en el ojo del huracán, dejó todo de lado para ir hacia el colegio que tanto disgusto le causaba.

¿Y qué encontró?

A conocidos en el suelo, inertes. A niños gritando y llorando. A padres que nunca se iban a recuperar de su perdida. Ganaron, ¿pero a qué costo? Slytherin intentó regular su respiración, pero no lo logró. Su grito se unió al coro que estaba a su alrededor, cuál de todos más desgarrador. En medio de su dolor, encontró una pizca de paz al ver a su mejor amiga y confidente bien, tanto como podía estarlo con sus emociones siendo guardadas. Se aferró a lo que no perdió para seguir, pero la guerra siempre traía consecuencias.

[...]

—¿Con quién estoy hablando?

—Con Charlotte.

—Lottie. ¿Por qué me pediste una cita con tanta urgencia?

Atsuko Sugihara era la sanadora de la planta mental de San Mungo que la atendía desde lo del secuestro que tuvo cuando tenía 13 años. La asiática tenía un gesto afable y sabía escuchar, por eso logró tanto con ella, como que sus identidades le tuvieran confianza en general. Charlotte era la más responsable de ellas, sabía de las demás y solía organizar la vida en general de Selena para que no fuera un desastre, pero se le estaba yendo todo de las manos desde que su novia había muerto. Tres años de noviazgo, un amor incondicional y planes para casarse cuando se graduara se fueron al demonio con la segunda guerra mágica, que había desestabilizado la ya de por sí la frágil mente de la rubia.

—Selena tiene pesadillas. Rue sigue creyendo que nos va a lastimar cualquier persona que se acerque y no conozcamos, así que hace trampas que pueden herir a alguien. —La identidad que a veces ejercía como guardiana suspiró, hastiada de la situación—Alexandra está en constante alerta. Intenté buscar que hiciera algún deporte para que compensara su agresividad, pero ha vuelto a ser muy violenta con todo lo que considere una amenaza.

—¿Y cómo estás tú, Charlotte?

—Bien. —No lo estaba, la situación era tan estresante que hasta ella estaba perdiendo el control—Lo importante, dama Atsuko. Es que me dé una solución que no implique ese infame filtro de paz. Requiero mantener a Selena en paz para que su vida sea normal.

Volvió a su mala costumbre de hablar con ese acento tan británico, e incluso por los nervios se le había olvidado colocarse los lentes. Buscó en su túnica especial, en el bolsillo asignado para ella, el par que solía usar en esas situaciones. No tenía aumento, pero no lo sabía, Aspen se había encargado de eso porque Lottie creía que no tenía buena vista.

—Tampoco podemos aumentar la dosis. Lo mejor es que se tomen las cosas con calma, que alejes lo que pueda ser peligroso del alcance de Rue, ya sabemos como se pone y con Alex… Bueno, lidiará a su manera con el asunto. No la satures diciéndole que no lo haga, porque lo hará.

—Claro que lo haré.

El cambio se produjo con tanta naturalidad que cualquier persona que no estuviera acostumbrada a ellos podía quedarse muy confundida esa actitud. La inexpresividad de Charlotte fue reemplazada por enojo, el ceño se frunció y la mirada se volvió más intensa al enfocar a la sanadora, que gracias a sus años tratando a Slytherin sabía qué estaba pasando. Sugihara siguió anotando cosas en la libreta, dejando el espacio de silencio para que la otra identidad se calmara.

—Es bueno verte, Alexandra.

—Yo no diría lo mismo, doc. Esta situación de mierda debe tenerla llena de pacientes, eh. Todos loquitos y listos para defenderse en caso de que algo salga mal.

—Las guerras siempre son devastadoras y traen consecuencias que uno no desea, pero tú eres una superviviente, sabes lidiar con el estrés.

El comentario pareció relajarla. La sanadora sabía que aquella muchacha manejaba muchos impulsos violentos, por lo que debía ir a su ritmo. La observó quitarse los lentes, guardándolos en el mismo bolsillo de donde los sacó. Ahora se podía apreciar su enojo, la forma en que miraba hacia todos lados de la habitación como si estuviera evaluando una forma de escapar. Tomó un par de dulces para ofrecerlos. No los aceptó, pero el gesto fue otra dosis de calma para aplicarle.

—Deberías seguir la sugerencia de Charlotte y comenzar a practicar algún deporte. ¿Qué tal ese club de boxeo que encontraron? Parecías entusiasmada por inscribirte.

—Sí… Así aprendería a golpear imbéciles. ¿Puedo romperles la nariz?

—No.

La sesión de ese día siguió el mismo ritmo. Primero trató a Alexandra e intentó dejarla tranquila, luego le sugirió un par de tés naturales a Charlotte para el estrés de Selena y ella, con Rue tendría que ser más cuidadosa, pero como no solía cambiar con ninguna a menos que le interesara, no pudo hablarle esa vez. Al finalizar se aseguró de que le prometieran de que iba a volver la próxima semana para monitorear su progreso. Después de la guerra, todos estaban un poco rotos y destruidos, pero en una persona con T.I.D podía ser peor.

[...]

Salir de la consulta fue mirar su libreta. Charlotte se tomó la molestia de especificarle que hablaron y Alexandra había garabateado su parte también. Así fue como Selena se enteró de que trató todo, pero eso no la ponía más feliz. Para la aprendiz solo era otra razón por la cual suspirar camino a casa. Las muchas bajas de la guerra, su preocupación por su mejor amiga. La partida de Pepper a los Alpes y un montón de cosas más la dejaba sola de nuevo.

Claro, el mayor problema era que su novia… Exnovia estaba muerta.

Contrario a lo que se podía pensar, aparte de ese grito en el gran comedor, el vacío que dejó no le estaba afectando. Esa era la parte que más la asustaba. ¿Era por qué tenía a todas estas personas viviendo en su cabeza? ¿O sus emociones se congelaron al perderla? ¿Qué estaba mal en ella? Sus pensamientos siempre se volvían a ordenar cuando pensaba eso, como si quisiera enterrarlo. Sus pasos la llevaron al gimnasio en la zona mágica de Londres.

Algunos se sentían seguros usando su varita, pero existía un grupo de magos y brujas que pensaba que la condición física también era importante. Con la remembranza de lo que podía pasar si se pensaba distinto a los muggles o sus aliados, esos pequeños espacios comenzaron a ganar fuerza. Pagar iba a ser un gasto que tomaría solo porque necesitaba mantenerse en forma. La actividad realizada en cada ejercicio la distraía de sus malos pensamientos, de fumar otra vez, así que se concentró en establecer una rutina para retomar el ritmo que tenía cuando era miembro del club de deportes.

Cuando estaba Charlotte al frente, se iba en busca de libros de interés, recopilaba todos los que fueran educativos para seguir armando su colección en la habitación de Slytherin.

Si se trataba de Alexandra, pasaba tiempo en el gimnasio al igual que Selena y se dedicaba a entrenar en solitario para ver si el boxeo le ayudaba a liberar su ira. Estaba funcionando, aunque eso no impedía que fuera una paranoica.

Rue coleccionaba un montón de cosas brillantes cuál escarbato. En una caja de la habitación de la bruja se encontraban muchos botones, bolas de cristal, decoración y un sinfín de objetos que cuidaba como si fueran su tesoro.

Eran cuatro personas conviviendo en un mismo espacio, turnándose entre sí para adaptarse a una sociedad que iba saliendo de la guerra y una perdida amorosa que le afectó a más de una. Ninguna se imaginaba que en medio de su dolor e incertidumbre otra persona se ocultaba, la misma que estaba manejando el cuerpo de la rubia y…

Y estaba tallando. Manejaba la gubia con destreza, ahí donde la figura tallada era un oso pequeño que seguro pintaría después. Quedarse en silencio en aquella habitación era uno de sus gustos. ¿Su secreto? Que ni siquiera la sanadora Atsuko sabía de su existencia. Mientras la viruta caía al suelo, la rubia sonrió con serenidad.

—La calma antes de la tormenta es necesaria, ¿verdad? Estoy segura de que su vida está por quedar patas arriba… De nuevo.

La presencia siguió tallando en total calma. Si sus palabras eran ciertas o no, estaba por verse.