Transilvania, Rumania. 1994.Era de noche, la noche más gélida del invierno. La más decorosa, la más inhóspita. El velo del manto platinado de la luna cubría la piel porcelanosa de Lorelaine; entre sus falanges llevaba la mano más pequeña y diminuta de su hija, Onyx. Marcaban un paso lento, cada pisada era delicada pero sus pasos eran pesados al concurrir su marcha. La mujer no podía evitar sonreír al ver a su creación; eran iguales, sus dedos paseaban cada mechón platinado, acomodando su infantil peinado, un beso casto, entre sus cabellos, una sonrisa; la calle estaba vacía, era un momento tan cándido, y hermoso, especial; un escenario perfecto para una
tragedia.Artyem miraba con una admiración inolvidable a su madre, creía que en su infantil mente podía comprender el por qué de sus actos; el por que de su repentina ida. Tenía alrededor de ocho años, pero no podía evitar creer que aquellos ojos perdidos en los suyos tenían una razón para alejarse de ese lugar, el mismo donde ella había
colapsado. Pero, no, no entendía nada, su corazón no quería culpar a su madre. ¿Por qué no podía ser igual que los otros niños? ¿Por qué siempre tenían que estar
huyendo?
Su sonrisa calma sus dudas, cree que siempre ‘mamá’, tendría la solución. Confía en ella, sobreentiende que esto; y todo lo demás es por su ¿bien? El par cruza el umbral de uno de las tabernas más alejadas de la zona mágica, sus ojos no dejaron de detallar sus rasgos en cada uno de sus pasos, parecían magnéticos, parecía reconocer algo que ni la pequeña podía llegarse a imaginar. Las mesas estaban vacías, a propósito. Onyx tenía reglas impartidas, una era evitar las aglomeraciones, nunca tuvo las razones, pero siempre obtenía las
experiencias.
⸻ Oh, mi querida Perla, no debiste insistir en ir. — Un golpe seco, un recuerdo fresco. La menor sonrió inocentemente, cómo le pedías no explorar a ese par de ojos curiosos. Se disculpó con su madre, por quinta vez, no quería decepcionarla, le debía que la hubiese sacado de ese embrollo como siempre. Pero, ella no tenía culpa, no pensó que fuese a
implosionar.
Ruth and Denisse Theather, un par de horas antes.Las luces centellantes del show parecía estar en su furor máximo, los bailarines; los asistentes, estaban al borde de un éxtasis aclamado, en su último acto, sus pasos eran gráciles, el derroche de energía les hacía sentir aquello como su último momento, no había ni una sola alma que no estuviera conectada con ello; Onyx estaba maravillada, sus grises pupilas no podían separarse del centro del escenario, los diálogos y su poética, su capacidad de entregar hasta el último de su cansancio por su único y último show. Entre la euforia, el caos nació, pues; Artyem sintió una falla común, un centelleante ruido comenzó a implantarse en sus oídos, el cansancio corporal; las luces centelleantes ya no eran centelleantes, eran puntos coloridos que no debía ni le permitían ver, toda la escena pasó a ser parte de la historia; veía colores; más y más colores, manifestaciones erradas, voces más fuertes, emociones incontrolables. ¿Eso lo sentía ella? escuchaba los murmullos, escuchaba más voces, sentía su corazón bombear más rápido, y sus manos más lentas. Sentía que la piel le quemaba, hormigueos, se sentía en el mismo lugar que todos. Podía sentir sus pisadas, sus dos pies acomodándose de pie; había terminado. Veía todo
dorado, amarillesco, por un par de segundos. Hasta que los aplausos llenos de euforia y gracia hacía el show, fueron al unísono que la cabeza de Artyem golpeando el suelo parcialmente, había excedido su primer límite.
El tiempo en la taberna se hizo un recuerdo más en su memoria, su madre decidió restarle culpa; era una niña. No lo entendería, a pesar de que ella sí, a pesar de que sabía que tenía que protegerla, a pesar de que sabía que tenía que irse. Loraleine le dió un par de caricias extra en el cabello, tranquilizandola. Dándole el alivio que buscaba, era su despedida. Insonora, en sus ojos se acunan lágrimas saladas, un llanto inmutable, se sentía culpable, no sabía como explicarle su origen; no podía explicarle que la empatía sería su salvación y su
condena y que fuese cual fuese, ella no estaría para presenciarlo.
Transilvania, Rumania – Hoai Bacui, 1995.El tacto suave de una mujer la saca de sus pensamientos, tenía un aspecto más avanzado de edad, parecía ser la mayor entre el grupo; en su mayoría mujeres, de distintas edades. Ninguna tan pequeña como ella, ni tan avanzada como la amable mujer; se presentó con el nombre de Sagrid, prometiendo sus cuidados hasta el fin de los días, una incógnita atraviesa su mente como una bala, realmente, por qué ella era devota a protegerla sí no la conocía; sus dudas crecían y el tiempo también lo hizo a su alrededor, pues aquél incómodo lugar, pasó a ser incluso su hogar en los días más bruscos y áridos, entre sus charlas comunitarias con mujeres que parecían tener semejanzas, con consejos diarios; reflejos de sí misma en aquellas almas femeninas, dejó de ser una molestía verse ahí, entre su amabilidad y sus cálidos cobijos.
Ocasos, amaneceres, atardeceres y noches, completaron su rumbo dando lugar al décimo cumpleaños de Onyx, en un eclipse; transformando el sol en aquél astro plateado, los ojos brillantes en un velo de agradecimiento, y belleza reflejaban la llamarada central que consumía la madera en la fogata; el festival de los vestuarios blancos de las mujeres que parecían no dejar de danzar; el canto característico; los instrumentos que llenaban el lugar de un sentimiento colectivo de festividad y regocijo, era por ella. Se sentía rara, no pensó considerar a esas mujeres como iguales, podía ver una parte de su alma; podía detallar sus emotividades como calcas en un mapa geográfico, podía sentir las estelas de luz andando en cada paso que daban para continuar la danza circular; de a pocos, una sensación ya reconocida comienza a acunarse en la boca de su estómago. Iba a suceder,
de nuevo. Pero ahora no tenía una mano que sostener, Loraleine se había ido, con ella la guía a las luces estridentes, los colores en sus ojos; la descarga emocional, el hormigueo; las partes dormidas, ya no era dorado; ahora eran distintos colores, veía sombras coloridas, estelas; no eran ilusiones, estaban ahí y ella podría jurarlo, lo juraría, claro; cuando
despertase.Al aperturar sus ojos, se vió en una sala más acogedora, su instinto buscó a su madre; no estaba, pero, en cambio, estaba Sagrid, la cual la observaba en silencio, dubitativa, parecía pensar de más y Onyx parecía entender menos y sentirse menos, su tristeza se acoge entre su piel, sintiendo extra limitadamente en sus huesos, sentía su tristeza y la preocupación de Sagrid. Su gélida voz, descolorida, poco melódica salió; no sabía por qué hablaba así.
⸻ ¿Tú también te irás? — preguntó. Pues creía que parte de ese poder, era una condena; podía sentir a las demás personas como a ella misma, sus emociones, sus dolores, sus preocupaciones y angustias. Felicidades, rencores y regocijos. La superaba, la desbordaba hasta hacerle explotar; y quizás en ese momento podía entender a sus padres, quizás esa era una razón suficiente para
abandonarla.intención de la historia En este capítulo se pretende:
- Validar la habilidad Empaths obtenida de manera hereditaria por su madre Lorelaine.
- Validar los colapsos de Onyx a nivel físico por el exceso de sentimientos atribuidos a sí misma, representados en desmayos y/0 migrañas.
- Validar el hecho de que Onyx sea una 'esponja' de sentimientos ajenos, sintiéndolos como suyos de manera incontrolable en primeros niveles.
- Validar una parte del transfondo de Onyx como personaje, como su amor por el teatro, y parte de sus aficiones infantiles.
- Validar la desaparición de Lorelaine, como toda su crianza por parte de Sagrid en los bosques de Transilvania.
- Validar su temor al abandono, como el apego afectivo a personas que le demuestren amor.
- Obtención de las pasivas que moderación considere perti- nentes de acuerdo al contenido de la historia.
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