2001

Con cariño conserva las memorias de su madre, plasmadas en un viejo cuaderno que convirtió en su diario. Alexander atesora cada página con cariño, a través de sus palabras se pierde en un viaje en que por momentos, logra visualizar la figura materna que tanto anheló y sigue anhelando; pero con la que ahora puede conectar a través de sus letras, de alguna manera llegando a sentir lo que ella, entendiéndolo como un amor puro para con sus hijos. Con el poder de la imaginación, puede escucharla fantaseando con la idea de que sus hijos se convirtiesen en hombres de bien, en eminencias del mundo mágico que motivasen a la creación de un futuro mejor. El diario para él se convirtió en mucho más que un simple conjunto de páginas escritas, era un faro que brillaba con la motivación que encontraba en él y le guiaba en cada paso hacía la grandeza.

Alexander fue obligado a madurar prematuramente, no había nadie más que él y su hermano, y la ausencia física de padres creaba necesidades que tendría que aprender a cubrir por sí mismo, entre ellas, la de conocer. Había escuchado más de una vez acerca del poder del conocimiento, hizo de los libros aliados, más después de experimentar la satisfactoria sensación de tener la razón y de poder demostrar su valía a través de lo aprendido. La memoria de su primer encuentro con la magia permanece imborrable en su mente, un modesto espectáculo infantil, sin embargo, a los ojos del joven Alex, fue como descubrir un tesoro escondido, una experiencia que avivó su fascinación por la magia, y marcó el inicio de su inquebrantable vínculo con esta.

— ¡Enséñame, enséñame! — Imploró, aferrado a la pierna del joven e inexperto mago que se dispuso a dar un pequeño show con tal de ganar un par de galeones. Fue reprendido por sus acciones, pero la llama encendida en su interior no iba a ser apagada, con el material a disposición en el orfanato se dedicó a estudiar el mundo de la hechicería rigurosamente, esperanzado con respecto a la posibilidad de recibir una carta de invitación para el colegio de Hogwarts. Desearlo noche tras noche parecía haber funcionado, la sonrisa de su tutora al entregarle aquella carta le contagió, lleno de expectación incluso antes de poder saber de qué se trataba, y en cuanto leyó, los ojos del niño reflejaron su alegría al perderse en aquel pequeño trozo de papel, y a la calma le siguió una desenfrenada emoción, saltos de júbilo, una andanada de preguntas con que desbordaba curiosidad, fantaseando con un idílico futuro como hechicero.

Primer día en Hogwarts, anonadado por la majestuosidad del castillo e inspirado por las cientos de historias que ha escuchado y leído sobre él; cada paso que daba resonaba con la silente promesa que se hacía a sí mismo y a su madre: Pondría todos sus esfuerzos en convertirse en el más grande de los magos. Su primer año fue de adaptación, y aunque su ambición y hambre de conocimiento eran palpables, figuraba como un estudiante apenas destacable, sus ansias por aprender le jugaban en contra, sobrecargandose a sí mismo con información que iba más allá de sus capacidades sin conseguir ningún resultado positivo. Primer año en Hogwarts, decepcionado de sí mismo, al menos había logrado comprender mejor la magia, pero esperaba mucho más que eso, muy dentro de sí guardaba aprecio a sus compañeros, pero estaba decidido a no ser uno más entre ellos, a superarse.

Segundo año, la guerra le obligó a contener las ganas de comerse el mundo, y ahora volvía a Hogwarts con la misma ilusión del primer día, nada podría detenerlo ¿O sí?

— Parece que el sombrero seleccionador se equivocó con usted, joven Crane. — Esas palabras fueron un duro golpe a su ego ¿Lo peor? Venían de su propio tutor ¿No se suponía que tenía que ayudar? Le demostraría que él estaba equivocado al juzgarlo. Versado en las artes mágicas, Flitwick practicaba activamente la abindigencia, lo descubrió en un intento de conspiración en su contra, la idea de que pudiese salir mal resultaba frustrante, en lugar de humillarlo, decidió demostrarle que podía ser mejor mago que él, haciendo lo que él hacía.

Sí en algo es bueno, es devorando libros, la biblioteca era su lugar favorito y ahora tenía un motivo más para pasar tiempo allí ¿Qué es la abindigencia? Primera pregunta a resolver; Habilidad mágica que consiste en la realización de hechizos y mancias, no a través de una varita, sino utilizando su propio cuerpo como canalizador del poder que alberga. Sus ojos se iluminaron y brillaban con una intensidad renovada, irradiando entusiasmo, en ese instante, decidió que dedicaría una buena parte de su tiempo a la exploración de este nuevo descubrimiento. Con cada página pasada, y con cada palabra absorbida, su mente se expandía, preparándose para lo que suponía, sería un largo trecho en su búsqueda de la perfección mágica.

Ensayo y mucho error, varios meses practicando, pero no parecía haber progreso, ni siquiera sentía que en algún momento algo estuviese a punto de salir bien, pero no iba a rendirse. Volver al inicio, conocía los libros que hablaban puntualmente de la abindigencia al derecho y al revés, pero había llegado al punto en que estos no parecían servir para nada por sí solos, sin embargo, entre sus páginas, encontró un puente hacia una comprensión más profunda, desentrañando los lazos entre la magia y los abindigentes de talento innato, se hablaba de que la magia fluía a través de su cuerpo como la misma sangre y formaba parte inherente de estos, creando una relación intrínseca entre lo místico y lo físico ¿Pero cómo se suponía que llegase a eso?

Tenaz o terco, pero no se iba a detener hasta lograrlo, conocía entre poco y nada de su familia, no estaba seguro de tener algún don especial, al contrario, la idea de tenerlo parecía más bien una fantasía, todo era difícil para él. Horas y horas de experimentación, ponía a prueba su cuerpo incluso a través de la autolesión, tratando de forzarlo a reaccionar en medio de la búsqueda incansable, desafiaba sus propios límites en intentos desesperados por provocar una reacción, mentalmente, recorría cada fibra de su ser, explorando en cada rincón buscando algún indicio, algún atisbo de esperanza, y finalmente, la persistencia dio frutos. Su cara al ver aquellas chispas blanquecinas ser desprendidas desde sus dedos reflejaba la más pura de las felicidades, una lástima que el gozo tan sólo duró segundos. Obligar a su cuerpo a asimilar la magia de esa forma abruptamente tenía un precio.

Su frente conoció la rasposa superficie del escritorio en que solía estudiar, incapaz de soportar la tumultuosa alteración de su flujo mágico, su mente sucumbió al peso de su discordia interna, perdiendo la consciencia y sumiéndose en un letargo reparador. Como masoquista le podría catalogar aquel que no entienda la profundidad de su determinación, pero al despertar, lo primero que tuvo para ofrecer al enfermero que lo trató fue una radiante sonrisa, una afirmación silenciosa de que estaba más cerca de alcanzar su meta de lo que jamás había imaginado.