—¿Creíste que eso era el infierno que ibas a pasar? Fue un poco ingenuo de tu parte.

Keyra tenía una mirada de una auténtica loca y Selena se preguntó que tan seguro era hacerle caso. Las puertas del templo abandonado se cerraron después de entrar. En la oscuridad parcial, las estatuas de los dioses antiguos observaban con reproche aquella interrupción en sus dominios. La rubia se sentó en el centro, donde los tallados con figuras parecían cobrar vida gracias a las únicas cuatro velas que había en ese sitio.

—No hay mayor infierno que la lucha con uno mismo.

Slytherin la observó confundida. La veela no le dijo nada. En el silencio asfixiante, la pesadez de los párpados estaba arrastrando a la inefable hacia un ineludible sueño. Confiar no era su fuerte, pero el llamado de poder podía con cualquier precaución.

—Estas velas especiales te harán entrar en un estado de conciencia donde verás cosas que yo no, pues estarás en un sueño lúcido.

—¿Cómo se supone que esto me..?

—Tienes que comprender tus emociones antes de adentrarte más en tus habilidades. Existen asuntos que debes resolver para continuar.

Las palabras sobraron cuando la realidad se mezcló con aquella ilusión. El aroma a lilas recién cortadas dejó a la rubia fuera de combate, al menos en el plano real. Acostada como estaba en el piso, su cuerpo inmóvil podía sugerir que estaba muerta, pero la tenue respiración denegaba esa situación. Lo que pasara dentro de su mente, no era algo que pudiera ver su actual guardiana, pero se quedó cerca por si debía interferir de algún modo.

—Buena suerte, muchacha.

[…]

Cuando estuvo “despierta”, o eso creyó, Selena se dio cuenta de que estaba en un campo rodeado por flores blancas. Intentó tomar una, pero sus dedos solo rozaron la imagen y pasaron de largo, como si fuera una manifestación fantasmal. Lo más inquietante no fue eso, se miró, dándose cuenta de que seguía con la misma ropa. Era el silencio. Aquella falta de sonido en la escena tan blanca la dejó paralizada. Su propia voz no logró salir cuando lo intentó. Antes de que pudiera seguir explorando el paisaje, cambió bruscamente a un cuarto oscuro. Estaba sentada frente… ¿A sí misma? ¿Cómo era posible? Aunque su otra versión se paseaba mientras la luz de un misterioso foco la seguía. No se daba cuenta de que la observaba.

—Solo escucho gritos cada vez que me atrevo a cerrar los ojos. —Se sorprendió de estar diciendo algo que pensaba, pero nunca dejaba que otros escucharan. —Ya no sueño, tengo pesadillas con aquellos que han muerto y no he salvado.

Siempre fue dura para juzgarse. Algunos cercanos a ella solían decirle que tenía el síndrome del “héroe”, intentando salvar a todos. Slytherin no estaba de acuerdo con eso. Aun así, podía ver el dolor en su propio rostro mientras la caminata de aquella visión se hacía más rápida. Conocía bien los síntomas de su ansiedad subiendo.
—Mi ex-novia, la líder de la secta, aquellos con habilidades o condiciones de la lista que no pude salvar. Los engendros espantosos creados por un demente con demasiado poder. El secuestro… —Estaba agotada. Ambas se veían de ese modo. Detuvo su caminar y con ello la luz sobre la cabeza de su otra versión parpadeó. —¿Cuándo se convierte un hombre en un monstruo?

La frase caló profundo. Era un miedo constante en ella, estar siempre al borde del colapso por las situaciones a las que se enfrentaba. Cuando era Selena, o cuando cambiaba de alter, ni siquiera podía afirmar conocerse bien por el trastorno que tenía. ¿Qué tan difícil sería para ella caer? Si aguantó tanto recibiendo solo lo mínimo a cambio. Intentaba ayudar, fracasaba. Quería estar en paz, la cazaban por su sangre. Evitaba los prejuicios, pero la gente se quedaba mirándola siempre, era su maldición. Como si fuera la palabra clave que aparecía en su subconsciente, miles de ojos empezaron a juzgar a la otra rubia, que parecía estresada por minuto que pasaba.

—¿Cuándo el sufrimiento se hizo eterno? ¿Cómo puedo estar en paz? ¿Necesito cambiar?

Eran preguntas que ella también se hacía. Por eso verse tan bien reflejada fue inquietante. Se volvió algo personal cuando la vio girarse en la dirección donde estaba. Solo en ese momento notó que la diferencia entre ambas era su mirada. Mientras que sus ojos eran azules, los de aquella copia estaban bañados en una luz dorada peligrosa que conocía de su parte veela. Ambas quedaron muy cerca, de pie.

—Siempre estuviste equivocada. Fuiste la persona que se convirtió en el problema. —Podía sentir la ira ajena cuando la mirada de ambas se encontró y lo único que cayó sobre ella fue la culpa. —Los mataste cada vez que sucumbiste a la culpa, al ser demasiado amable con tus enemigos, pero no con tus aliados.

En el fondo lo sabía. Que su amabilidad fue torpeza en los momentos decisivos, que no haber dado el golpe final causaría desastre, pero se aferraba a su moral, a la bondad que presumía tener. Desvió la mirada, pero no duró mucho. El índice ajeno se enterró en su pecho, señalando como culpable.

—¿Piensas que el idiota que creo quimeras no podía dormir por la noche? ¿Qué los magos oscuros se replantean alguna vez si está bien atacarte o no?

—¿Qué se supone que debería..?

—Acepta lo que eres.

—Si me convierto en el monstruo, e ignoro la culpa… —Selena nunca quiso hacer eso, pero podía entender a aquella parte suya que se encontraba tan enojada. —¿Eso me hará más fuerte? ¿Mantendrá a mis enemigos a raya?

—Ser cruel significa tener piedad con uno mismo. —Ahora el tono de la visión era triste. La luz sobre ella se consumió, apareciendo sobre la que era de verdad. —Acepta lo que eres, solo así lograrás conectar con el monstruo que los magos y las brujas temen. Son tus amigos hasta que saben que eres una hibrida.

Aceptarlo sonaba difícil, pero logró comprender algo. No siempre iba a poder ser buena, nunca sería querida del todo como su anhelo le dictaba. Antes de que pudiera indagar más en las palabras, el repentino chasquido que sonó muy cerca de sus oídos hizo que todo se fuera a negro. El eco de una voz lejana que sonaba igual a ella dejó las últimas palabras en el aire…

“Conviértete en…”

[…]

—Pensé que nunca despertarías. —Keyra estaba apagando un pliegue de su túnica cuando vio la forma en que su protegida intentaba moverse. —Ni lo intentes, conjuré buenas cadenas.

—¿Qué…? ¿Aún estamos en el templo?

—Llevamos aquí varias horas. Te tomaste tu tiempo para dormir.

—Espera, ¿por qué estoy encadenada?

O la razón de que olía a carbonizado. Al ver a su alrededor, se dio cuenta de que había algunas cosas quemadas. Las estatuas estaban intactas, pero ahora se sentía como si la estuvieran mirando de forma juzgadora. También notaba plumas en el suelo, unas de un familiar color gris. Le costó entender que el dolor en su espalda era que se convirtió en arpía mientras estaba dormida. La confusión en su rostro fue notoria.

—No estabas consciente, sí, pero eso no te impidió sentir. Hacemos este ritual para que las más pequeñas del clan aprendan a lidiar con sus emociones, pero en tu caso… Salió de forma peculiar. —Su maestra se levantó, apuntó con su varita y desapareció las cadenas. —Tienes muchas cosas guardadas que te enojan.

Slytherin sabía eso. Ahora que lo vio de alguna manera en ese sueño extraño, se preguntaba que debía hacer con todos esos sentimientos que parecían querer empujarla hacia el abismo. Su mentora le dio un par de palmadas, guiándola hasta la salida del templo. Era ya de noche cuando estuvieron fuera.

—La fuerza de las semi veelas está en sus emociones. Tienes que aprender a usarlas a tu favor, pero te aseguro que reprimirlas no te llevará a nada bueno. —Selena seguía sumergida en el letargo de la verdad. Se sentía… Diferente, aun así, asintió. —Puedes tomarte el día. Mañana seguiremos con tu entrenamiento, pero por ahora descansa.

No se resistió. Necesitaba estudiar la sensación que ahora recorría su cuerpo, el instinto que acababa de despertar. Aquello no le concedía un poder sin precedentes, ni era una mejora que se le dio de un día para otro, era solo una llave dada por una mejor comprensión de su propia naturaleza. Quedaba en la inefable ver que hacer con todo ese conocimiento que iba adquiriendo. Si el perdón a sí misma llegaba en su camino de autodescubrimiento, solo sería un plus.

¿De qué serviría la fuerza si no podía emplearla bien? Compadecerse no la llevaría a nada. Las palabras volvieron a resonar en su mente mientras iba camino hacia la zona donde se alojaba. Ocupó lo que le quedaba de noche para tallar algunas figuras, entre ellas, una estatua de Némesis, la mujer con la balanza en la mano y los ojos vendados.

Corriendo mientras la luna se escondía, Slytherin ni siquiera saboreó su desayuno. Estar despierta a las cuatro de la mañana para salir a trotar era un fastidio que ni ella en sus tiempos más alocados contempló. Aun así, una vez firmado el contrato con ese demonio de aspecto sensual, solo le quedaba seguir adelante. Keyra, como se llamaba la veela mayor, le seguía el ritmo sin cansarse, a pesar de llevar varios kilómetros. La rubia se preguntó como se veía tan bien si ejercitaba lo mismo o más que ella.

Aquellos seres seguían siendo un misterio para Selena, por mucho que llevara parte de su sangre.

—Mira la salida del sol, siente su energía. Nútrete de sus rayos y deja que fluya. El primer paso para dominar tus habilidades nace de tu comprensión del entorno.

Decía frases siempre que llegaban al mismo punto del bosque. Cuando el sol asomaba del otro lado, tocando su piel, la inefable se imaginaba un saludo amable por parte de la naturaleza. El roce cálido se quedaba con ella hasta que empezaba con los siguientes ejercicios. Aprendió a mantener esa imagen, de que podía ser como el sol y convertir el resplandor en fuego, uno que manejaba, aunque eso aún no fuera posible. Keyra le ordenó que siguiera con sus ejercicios y meditara siempre que pudiera. Selena le hizo caso. Cuando no estaba en la biblioteca transcribiendo algunas cosas del griego al inglés para llevarse los apuntes de la gran biblioteca, estaba meditando.

E incluso si se daba el tiempo para entrenar y aprender de otras, su confianza seguía siendo una llama peligrosa, que mantenía a la distancia a todas las personas que se le acercaban sin un propósito. Su desconfianza era palpable, la mantenía alerta, le susurraba que no creyera mucho en nadie y mantuviera los ojos bien abiertos. Era difícil apartar aquella sensación agobiante de sus pacíficos días, pero lo intentó. Se distraía suficiente cuando se quedaba con Leonidas trabajando en su taller. Sus avances en la artesanía eran parte de un tratamiento no convencional para sus pequeños trastornos que dejó aquel terrible suceso en su vida.

—¿Me enseñarías a forjar armas?

—No pueden ser mágicas, pues aún no estás preparada para esto. —Ambos se quedaron en silencio. El eunuco se acomodó el delantal. —Si aun así quieres, claro. Tendrás que poner atención a lo que hago, pero sí.

Así lo hizo Slytherin. Se quedaba con Leonidas cuando no entrenaba, observando sus movimientos en la fragua. Quizás eso fue lo que le ayudó a comprender más el fuego. Era una actividad exigente, pero como el mismo elemento podía moldear los metales le incitaba a intentarlo. Se quedó con ese recuerdo, lo unió con las enseñanzas de su mentora, así que de un modo u otro, todo el día pensaba en aquello. En un rincón de su mente se quedaba la llama que pensaba utilizar después.

Golpe, tras golpe, moldeó el acero que podía. Su primera espada fue algo que se quebró sin más en uno de los entrenamientos con los otros guerreros. Así que volvió a la forja. Dejó que sus errores fueran enmendados y con la ayuda de Leonidas logró hacer una espada más firme. No poseía magia alguna o capacidad abrumante de herir a los demás, pero era suya, algo que había hecho, por lo que la atesoró.

Fue en uno de esos días en que estaba practicando con su espada nueva, que se le acercó uno de los hombres más hábiles. Le miraba con cierto rencor natural, así que supuso que su gusto estaba en los hombres. Aquel simple hecho fue curioso. ¿Qué hacía alguien con un disgusto tan grande por las veelas en un sitio lleno de ellas? Belial era su nombre, no le contestó la pregunta, pero se limitó a informarle que era parte de una promesa que no pensaba romper.

—Hoy no vamos a usar las espadas de práctica, hoy serán de verdad. Keyra me encargó tu entrenamiento con las armas.

Lo que significó una seguidilla de desarme que ni ella con sus habilidades pudo evitar. Sus movimientos elegantes y precisos se vieron superados por una técnica trabajada con el tiempo. Aun así, eso en vez de abatirla, la animó hasta que sus otros entrenamientos la llamaron. Se pasaba dos horas con el amargado hombre que le envidiaba, aprendiendo todo lo que el pudiera enseñarle. El filo fueron pequeños cortes que curaban después de sus sesiones, pero que fueron dejando marcas en sus dedos. Pronto pudo hacerle frente, al menos para detener el daño que se hacía al enfrentarlo. Refinar su técnica siempre le causaba felicidad, porque iba aprendiendo más sobre usar armas, aunque muchos magos o brujas encontraron aquello innecesario al usar varitas.

[…]

Estaba en total silencio esa noche. El fuego de la fogata era lo único que se movía, cuando el sol acabó por ocultarse. A su frente, Keyra se encontraba tan silente como las demás noches. Su tarea actual era concentrarse en el sonido crepitante de aquella fuente de calor que parecía endeble con el viento que azotaba a esa hora. Selena tenía los ojos cerrados, se imaginaba la pequeña llama creciendo, pero al hacerlo la imagen siempre tomaba vida propia y no podía controlarla, así que volvía sobre sus pasos para intentar moverla a voluntad. No resultaba. Sentía sus manos arder sin llegar a la conexión con el fuego que necesitaba y se frustraba por lo mismo.

—Intenta juntar toda tu experiencia.

Los rayos del sol, la calidez de la luz. El fuego de la fragua, la intensidad de la hoguera. ¿Qué le faltaba a todo eso para servirle? ¿Por qué el fuego se le escapaba? El malestar rompió su concentración. Como siempre, sus sentimientos bailaban con extrema facilidad, disparando hacia polos opuestos con rapidez. Su enojo por no entenderlo empezó a calentar sus manos. Fue una fuerza violenta, espontánea, como la primera chispa que encendía un fuego repentino entre dos piedras. Se acumuló con rapidez en sus manos y salió hacia arriba, o esa era su intención. Miró los pequeños cortes en sus dedos e intentó retener el fuego para poder usarlo, ¡Y quizás lo logró! Solo por unos escasos segundos, antes de que el mismo, como si estuviera enfurecido, saliera disparado en las cinco bolas de fuego hacia arriba, explotando con ira por estar retenidas en su endeble intento de controlarlo.

Quiso levantarse para practicar de nuevo, pero el agotamiento la dejó unos cinco minutos mirando a la nada. Sonreía, agotada por la experiencia, pero entendiendo un poco más aquel poder interno que sentía. Su cabello se mojó con la repentina lluvia que llegaba, anunciando el cambio de estación en una despedida solemne. Keyra se levantó, con una sonrisa enigmática en sus labios.

—Curioso. Muy curioso… ¿Acabas de llamar a la tormenta o solo fue una coincidencia? Lo averiguaremos.

El azul en los ojos de Slytherin fueron el reflejo de un cielo más amable, sin nubes negras, sin el dorado de la ira, pero a la distancia, con la caída de un rayo, se iluminó en un intenso destello que por un momento le dio un toque eléctrico. Aquella simple acción acrecentó la sonrisa en la veela, que veía algo que la hibrida no podía captar. Pero, ¿de qué se trataba? No se quedaron a discutir en medio de la tormenta, fueron hacia la zona segura del clan. Las recibieron con ropa seca, mientras los más curiosos se preguntaban que tanto estaban haciendo afuera a esa hora.

Esa noche Selena no durmió del todo. Se quedó pensando en lo que ocurrió. ¿La fuente de su poder eran sus emociones? Tan incontrolables como una maldición, tan potentes como para mover su interior. Si lograba entender como usar aquella fuente para su propio beneficio… ¿Lograría salvar a las personas que le importaban? ¿Tendría que arrodillarse de nuevo ante un imbécil que se creía más poderoso? ¿Iba a ser fuerte de verdad? Aquellas preguntas martillearon su mente. Se volvieron su silenciosa obsesión por alcanzar un mayor nivel. Lo haría.

Lo haría, aunque tuviera que entender las tormentas, aunque debiera exponerse al fuego o lastimarse en el proceso. Si debía dar algo para obtener a cambio otra cosa, entonces que así fuera