The Alphabet by Damian Macmillan | Finnbar

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    Et custodivit quasi pupillam oculi sui.


    Chapter I


    Damian se había criado aislado desde que tenía memoria. Un bebé oculto por su condición de bastardo en un linaje tan antiguo pero a la vez lleno de personajes falsos, viviendo cuantas vidas hicieran falta para proteger su anonimato.

    El precioso tesoro de Killian no fue la excepción.

    --



    Era suyo, el único hijo que sostuvo en sus brazos luego de tantas figuras de viejos amores en su cama y en su mente.
    ¿Embarazos? Muchos.
    Killian habrá tenido muchos hijos en más de 90 años vivo, pero a diferencia de las multitudinarias ramas de su árbol genealógico engendrado casi puramente por vampiros puros, jamás sostuvo en sus brazos a ninguno.

    Hasta Damian.

    Damiano.

    La lluviosa noche en que llegó de cacería con el bebé berreando de la angustia entre mantas de seda y una nota firmada con letra fina y perfume sobre su pequeño cuerpo le volvieron a quebrar el corazón.

    La misma mujer.

    Fue un error, nunca buscó a ninguno de sus amantes, se rehúsa para mantenerse a salvo lo mejor que podía. Pero al verla tan bella como la primera vez que la tuvo compartiendo las pieles de su lecho hace casi 15 años. No pudo resistirse.
    Y volvió a caer entre sus redes sin considerar el agujero irreparable que ya había en su alma.
    Eso era hasta el segundo embarazo que le anunciaba aquella mujer, como hizo hace tanto tiempo.

    Ilusión, esperanza.

    Deseo.

    Se sintió igualmente desolado al otra vez abrir la puerta que guardaba dolor y sueños rotos en esos muebles de madera oscura, hechos a mano, una cuna que jamás fue usada, una mecedora que nunca calmó a nadie.

    Y cayó en la misma idiotez de siempre.

    Fue una de las pocas veces en que presenció un nacimiento de su propia progenie, atendido por sanadores especializados con bolsas de galeones prometiendo secreto en su hogar.


    Y lo vió.
    Tan similar a cuántos neonatos vio, vivos apenas, muertos aún antes de nacer, pero éste era especial, algo en su pecho le decía que sí. Un bebé callado, pálido y frío, sin embargo, con el dedo de Killian trazando sus facciones y los finos y escasos rizos negros abriendo pequeños ojos de iris dorado tan ligero que sólo podían compararse con otros.

    Su primer Damiano.

    No sería igual, claramente jamás lo sería.

    Pero el parecido era más allá de sus recuerdos y se sintió reviviendo un pasado qué ojalá no siguiera la misma línea hasta su presente.
    Y no lo hizo.
    Su bebé, protegido entre las telas más caras, alimentado con las manos más delicadas y mecido a dormir por las palabras más tiernas qué el hombre podía expresar.

    Su Damiano. Damian. Tesoro.

    Fue todo su mundo cuando se estaba ahogando en la desolación de otro amor fallido, engañado con la ilusión de que esta vez ella se quedaría, absorbido por completo en el infanto que en pocos meses llenó cualquier agujero y herida.

    Quizá hizo más mal que bien.

    Testigos del nacimiento del bebé, legalmente ninguno, madre desaparecida, y un padre con un linaje imponente que rara vez se veía. El infante dio su primera palabra, sus primeros pasos, aprendió a hablar, comer y moverse en su cúpula perfecta y segura.
    Aún cuando ansiaba descubrir las caras del otro lado de la ventana.

    Y lo hizo, pero tanto el niño arrepentido y asustado, como el padre culpable y enojado recibieron una bofetada de realidad en forma de simples burlas infantiles por su aspecto y su sombrero para proteger su piel sensible y miradas desconfiadas ante el edificio de hombre de ojos color sangre qué aparecía de la nada con un bebé.
    Así que poco antes de que Damiano (Damián, Damián, Damián, se repetía culpable por las noches) cumpliera cuatro años, trajo a su casa otro error en su vida.

    Stella.

    Otro cuerpo en sus sábanas y sin embargo no lograba sentir nada aunque ella, por primera vez en tantas, tantas lunas, aceptó una propuesta en pos del bienestar de ambos, naciendo miradas enamoradas por parte de la mujer. Pero que no tenían absolutamente ni una pizca de calor para el pequeño de grandes ojos de oro fundido y una mata de rizos negros con orejitas puntiagudas.
    Killian no peleó al respecto, al menos no frente al niño. Con las horas del pequeño durmiendo llenándose de palabras de ida y vuelta, duras y hostiles. Hasta que la mujer lloró falsamente en los brazos de su marido.
    El vampiro solo aceptó.

    Pensó que sería lo mejor.

    Todo por mantener su Tesoro para él aunque fuera un poco más de tiempo. Hasta que alguien se diera cuenta.
    Fue por ello que retiró a Damian de encuentros estresantes, no más burlas de niños desconocidos en el parque, ni miradas feas en el mercado, nada de palabras secas y ojos indiscretos y fríos de su madrastra.
    Damian era suyo. Y quizá se arrepentirá en el momento de su muerte, pero ahora sólo quería evitarle lágrimas por el rechazo.

    Y con ello su patio trasero se llenó de vallas más altas, columpios, tierra y árboles y la tienda de campaña donde pasó tantas noches enseñando a su hijo a cazar por si algún día, Merlín no lo quería, faltaba.
    Aunque más pronto que tarde el niño estuvo esperándole ahí, en esa cúpula de tela, preocupado.

    Pero jamás volvió.

    Killian falleció con una sola cosa pasando por su mente.

    Su Damian.



    Y nadie más.



    El niño, antes aislado, arrojado bruscamente a la sociedad de la mano de su madrastra que lo tironea en el mercado, quejándose en voz alta de que su piel arde y que le hace daño, mientras Stella rebate en su mal comportamiento y cómo ya no puede soportarlo más.
    El mundo vacío de gente de Damian sólo se hizo más extenso, pero las caras antiguas se borraron.
    La misma Stella se borró la noche en que lo dejó con frío y temblando bajo la lluvia pesada y la oscuridad tan clara para él pero aterradora con los truenos demasiado ruidosos, los rayos demasiado brillantes.
    La puerta se abrió, y los muros a su alrededor cambiaron del elegante ladrillo y acero con enredaderas al concreto con dibujos de tiza y manos pintadas, y un patio lleno de gritos, chillidos, juegos y peleas.
    Con una sola nota de pergamino escrito y con suerte dejando el nombre y apellido del niño además de los rechazos hacia él, incluido su mestizaje, Damian vio cambiar su mundo de pies a cabeza.

    Adiós casa, adiós papá, adiós “mamá”.

    Por favor, no me dejes aquí. Me portaré bien. Stella, vuelve.

    El llanto que volvía a atacarlo sobretodo por las noches cuando recordaba entre los brazos de la señorita Betty que ni siquiera la tumba de su papá existiría.
    Ahora, aislado pero no por el hombre que lo guardaba como su tesoro más preciado, sino por las cuidadoras qué no sabían cómo, de dónde ni qué hacer, no por falta de intentos.
    Por Merlín, ni siquiera se sabía de dónde salió el niño, cuándo o dónde nació, qué edad tenía, solo nombre y apellido junto con la información que algún chequeo de sanador pudiera proporcionar. ¿Cuándo el fallecido Macmillan tuvo un niño? ¿Cuánto tiempo lo ocultó? ¿Quién tenía al niño y cómo sobrevivió?
    Lo mejor que se hizo por tanto, tanto tiempo fue entregarle animales comprados, o dejarlo salir a “cazar”, esperando que supiera cómo hacerlo y que supiera cómo volver.
    Parecía extraordinario que siempre lo hiciera sin nada más que un rasguño y entierrado de pies a cabeza.
    El tiempo dio la respuesta obvia cuando nadie jamás volvió a reclamar al niño, ni a presentar favor en su nombre.

    Y era irremediable el hecho cierto, la tristeza, la angustia y la rabia convivían cada vez en mayor caos, causando estragos en silencio que no notaría hasta los extremos, cuando un solo malentendido jugando lo sacaba de sus casillas; y un simple manotazo de un niño de siete años dejaba moretones y marcas en la piel de los otros. Ahí nació un miedo, cerrando para sí mismo las puertas al patio, sentado mirando en una silla actividades en las que no podía participar por ser un riesgo de seguridad demasiado grande.

    Mírame, estoy aquí, quiero salir.
    Me portaré bien. No quería hacer eso.
    Perdón, no quise hacerlo.
    ¿Por qué no podemos jugar de noche?



    Aprendieron a la mala, por los propios llantos del niño, demasiado entretenido jugando con el resto para notar que se estaba quemando por el sol cual si hubiera pasado horas en la playa. No sabían qué tan grande era el riesgo, para él y para el resto.


    Así que su cúpula debió permanecer, aislado muchas veces sin querer o sin dar cuenta,
    Tesoro se quedó dónde estaba, escondido, pero no guardado por papá.



    Nombre OFF-ROL:Finnbar

    Nombre ON-ROL:Damian Rogue Macmillan

    Link a la ficha del personaje:
    Presente

    Permisos de Personajes: Irrelevante

    Intención de la Historia:
    - Redactar el inicio del viaje de Damián desde el aislamiento en casa por su fragilidad, hasta Babbitty por representar un peligro con las pasivas correspondientes.
    - Dar pie con los capítulos siguientes a que Damián será considerado lo suficientemente mayor para aprender y resolver por sí mismo el dejar de alejarse y aislarse; buscando que aprenda a controlar su hibridez en su mayor capacidad.
    - Desarrollar a profundidad los personajes de la primera infancia que corresponden a los orígenes de los traumas y forma de ser de Damián
    - Proseguir con el desarrollo de pasivas de la historia de origen de hch [AQUÍ]
    - Establecer el inicio de la historia en pasado del pj y sus capítulos correspondientes.

    Links importantes:
    -Selección de HCH
    -Diario de HCH


     
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    Audere est facere.
    Chapter II




    [1994]

    Siempre habían dicho que tenía más energía que los otros niños, que era más fuerte, más ágil.
    Pero… ¿Eso no fue suficiente? ¿O es que era demasiado? ¿También era peligroso?
    ¿Qué tan brutal podía ser el quidditch que aún habiendo comido más y más… aún debía sentarse mirando por las ventanas?

    En Babbitty a veces había demasiadas precauciones a su alrededor, pero para mantenerlos a salvo, eso lo aprendió a lo largo de años de rabietas. Sí, rabietas, leíste bien.
    Pero aún jamás fue suficiente, aunque fueran partidos casuales, incluso para enseñar a los niños pequeños, podría herir a alguien por lanzar una pelota con demasiada fuerza, por evitar que alguien chocara con él o recibir su impacto.
    Ni hablar de si alguien llegara a caer de su escoba o similar.

    ¿Podía jugar otras cosas? Claro, siempre ataviado de sombrero y ropa larga; a veces cubierto de bloqueador solar para evitar preguntas.
    Pero ningún otro juego le parecía tan atractivo como aquél que no estaba dedicado a tocar.

    Quidditch.

    Al dar cuenta del anhelo que mostraba el niño, la señorita Betty agarró la mano de Damian -con presuntamente siete años- y lo llevó a Londres, de paseo. Se sentía casi como una especie de premio de consolación, aunque gracias a eso quizá desarrolló ligeramente mayor vínculo con su cuidadora y conoce más de Londres y cercanías que varios de sus compañeros.
    Fue en uno de sus salidas en que lo llevó a una gran pista de hielo, St. James Park; lleno de familias y parejas en el hielo ya en un atardecer nublado. Pero algo más que la mundana pista le llamó la atención.
    Un grupo ajeno de niños, al otro lado y fuera de las vallas, ¿un estanque quizá? Se gritaban entre sí en lo que parecía un partido agitado de algún deporte.
    El aún entonces, bastante pequeño, Damian tiró de la mano de la srta. Betty mientras señalaba con la contraria en signo universal de “quiero ir allá”.

    La mujer, complaciente ante el niño desafortunado, lo llevó hasta dicho grupo rodeando la pista cercada, encontrando el panorama completo. Un aparente partido de algún deporte muggle para niños, todos ataviados de grueso uniforme con casco, patines y un palo que usaban para quitarse la ficha negra que parecía servir como quaffle.
    Damian estaba concentrado mirando con fijeza el disco que volaba, deslizaba y rebotaba con fuerza, y sin embargo, nadie parecía ser golpeado con él.

    Se vería como algo a lo que sí podría jugar sin riesgo de que alguien se caiga de una escoba y se parta en el piso o algo así.

    Parecía un cohete a punto de despegar de la emoción con la propuesta en mente volteando a mirar hacia la amable mujer, oro líquido enfocado en ella como si dijera en mantra a mil kilómetros por hora: “¡Déjamejugar!”. Y aunque la señorita Appletree no se veía segura, el turno del habla se lo quitó un señor de bigote y chaqueta deportiva; a Damian le parecía demasiado poco para el invierno. El chico con agudos sentidos se distrajo del sujeto que ahora hablaba con su cuidadora, aprovechando que ésta se soltó ligeramente de su mano hablando con el hombre -Charlie… ¿qué clase de nombre es ése?, el entrenador de ese equipo en una liga junior de hockey- se echó al lado para mirar asomado desde casi la altura del chándal del tipo.
    Betty, con ojos de preocupación parecía algo reacia, mientras el hombre que vio claro interés ofrecía una prueba a ver si el niño se asustaría.
    – ¡CUIDADO! – El grito agudo y chillón de una niña, la única que atinó junto con los ruidos de sorpresa de tanto padres como demás niños. El joven mestizo ni siquiera había visto el disco antes de escucharlo mientras quebraba el viento surcando aire en un tiro sorprendentemente fuerte para niños de menos de doce años. El entrenador estaba de espaldas a ellos, pero entre voltearse y darse cuenta, el disco ya le habría dado mínimo en el pecho o peor. . .

    En la ingle.

    Sin embargo, el niño híbrido (muy, pero muy, muy, muy secreto) ya se había puesto manos a la obra de solo escuchar el disco acercarse, agarrando con una mano el borde de la chaqueta del hombre y con la otra el abrigo de la señorita Betty para tirar de ellos con la fuerza que aún estaba tratando de aprender a controlar y al menos sacarlos de la trayectoria del puck. Cayendo de espaldas en la nieve al soltar los dedos, satisfecho de no haber oído ningún grito de dolor.
    Macmillan miró a su cuidadora con ojos grandes; mientras “Charlie” (Damian se rehúsa a creer que sea su nombre real), indica a los niños detener el juego con su silbato. Sonido horrible que produce que Damian se tape los oídos por sobre su sombrero de oso con las manos enguantadas.
    Betty le acarició la cabeza, acercándolo al notar la incomodidad por el ruido del silbato ése.
    La mujer volvió a deliberar en su cabeza, mientras Charlie -pareciendo un hombre bastante prudente- le daba la charla de “no enviamos pucks volando fuera de la pista” a sus niños, y Damian que miraba con curiosidad el uniforme.

    Y cuando (FINALMENTE) Charlie se volteó alzando las cejas ante el asentimiento de la encargada de Babbitty, se agachó para invitar a Damian a jugar.

    El pequeño semivampiro parecía que se iba a desnucar con la fuerza de su gesto, dando un medio abrazo a la figura que era más abrigo y vestido de Betty que la propia Betty, y fue a seguir al grupo casi saltando de la emoción con su cuidadora sentándose con resto de lo que parecía centro de padres esperando el fin de la práctica.
    Le prestaron patines, canilleras y coderas con una pechera con camiseta del “equipo rojo” y un casco, aunque comparado a la mayoría de los niños del grupo, se veían un poco muy grandes para él. Pero no importó nada cuando sujetó el palo de hockey junior que le sacaba media cabeza de alto luego de una breve explicación y dejarle probar a manejar la ficha negra sobre el hielo.
    Se alejó del borde, patinando a donde le llamó una niña mayor haciendo gestos, mientras el hombre fue a empezar la partida otra vez al dejar caer el puck en el piso.
    Silbato (asqueroso, horrible, por favor quémenlo).
    Y siguió a los rojos donde sea que fueran, aunque para él servía más el ruido que la vista, sin saber si se podía, se metió a medio camino entre un chico bastante alto de azul que llevaba el puck, dándole con el hombro y robándole la ficha que manejaba usando su palo con torpeza.
    Parecía hurón con patines cruzando del lado del arco en rojo al arco en azul con rapidez, hasta que se vio en la disyuntiva de cómo se marcaba el punto realmente.

    Así que esperando lo mejor, se midió, respiró profundo y mandó de un disparo el puck a la niña que lo llevó al hielo, agradecido de que la cosa aquella no decidiera salir volando y, en vez, se deslizara a gran velocidad hasta dar con el palo de la chica -al parecer experimentada- que lo envió entre las piernas del portero azul, marcando un gol.

    Se quedó después del juego, luego con los demás niños que le enseñaban a mover el palo y el puck como si se conocieran de toda la vida, y a patinar más rápido como si fuera una competencia.
    Charlie veía al mestizo con interés, captando potencial crudo en todo lo que vio en dos horas del niño, parado hablando con Betty al respecto y qué le parecía, asintiendo ante los hechos sobre el pequeño pelinegro; orfanato particular, escolaridad privada y disponibilidad casi completa para los horarios de la pequeña liga.
    Damian, con siete años, aún tenía mucho tiempo más hasta poder ir a Hogwarts, sumado a los potentes ojos de perro pateado color sol ardiendo y el puchero tirándole de las faldas con emoción; le dieron a Betty más razones para decir que al equipo de la escuela pública, que de todos modos ya tenía un montón de niños ajenos a esa institución, dando oportunidad a cualquier niño a practicar deporte y ya.
    Ésa misma tarde-noche en St. James Park, Londres, Damian reemplazó en su vida el Quidditch - el deporte mágico por excelencia-, a algo que le pareció mucho mejor.

    Hockey.
    Y para cabrear al que se atreviera a mirarle de malas:

    Sí, hockey muggle.
    Y vaya que con el paso del tiempo se volvió bueno en eso.



    Quién diría que el primer paso fuera de la cúpula de Tesoro, sería jugando con niños muggles que ni se fijaron en su aspecto.


    SPOILER (click to view)
    Nombre OFF-ROL:Finnbar

    Nombre ON-ROL:Damian Rogue Macmillan

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    Permisos de Personajes: Irrelevante

    Intención de la Historia:
    - Dar contexto a la experiencia del personaje y la habilidad en el hielo y en la disciplina del hockey dada la pasiva de la validación:
    [AQUÍ]
    - Establecer la relación más cercana que entabló Damian en su vida con niños muggles que con niños mágicos, así como su conocimiento más amplio desde temprana edad (y desarrollable a más adelante) sobre Londres y costumbres muggles en general.
    - Ingresar a Damian de 7 años en contexto de jugar en una liga infanto-juvenil de hockey con uso inofensivo y no perjudicial de su hibridez, así como contribuir a la formación del personaje a controlar las habilidades de su mestizaje al jugar en un ambiente donde debe moderarse sí o sí.
    - Construir en Damian confianza en sí mismo y dar forma a los rasgos más "ligeros" del personaje.


    Links importantes:
    -Selección de HCH
    -Diario de HCH
    - Validación de primera pasiva de hockey.



     
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    historia válida
    Tu historia ha sido evaluada y validada por el equipo administrativo de HLR. Dado que cada acción conlleva sus propias consecuencias, a continuación te presentamos las derivadas de tu relato.
    • Damian crece en un entorno aislado, tanto por la condición de bastardo en su linaje como por las decisiones de su padre, Killian, de protegerlo del mundo exterior. Este aislamiento puede tener consecuencias en su desarrollo emocional y habilidades sociales, dejándolo sin las herramientas necesarias para relacionarse con los demás y manejar situaciones sociales.

    • Damian es criado en secreto y con la sensación de ser un error o un secreto vergonzoso. Esto puede afectar profundamente la identidad y autoestima de Damian. La falta de reconocimiento público de su existencia y la ausencia de una madre afectuosa pueden dejarlo con sentimientos de inseguridad y baja autoestima.

    • La relación entre Killian, Damian y Stella es disfuncional y cargada de tensiones. El intento de Killian por proteger a Damian lleva a la introducción de Stella en sus vidas, lo que genera conflictos y resentimientos. La falta de una figura materna estable y amorosa puede afectar aún más el desarrollo emocional de Damian.

    • Cuando Damian finalmente es expuesto al mundo exterior, enfrenta dificultades para adaptarse debido a su falta de experiencia previa en interacciones sociales normales. Las burlas y rechazos que experimenta lo llevan a sentirse aún más alienado y desplazado.

    • Damian se aparta del mundo mágico y del deporte mágico por excelencia, el Quidditch, en favor del hockey muggle. Esto podría llevar a una desconexión gradual con su identidad mágica y con la comunidad mágica en general.

    • Al unirse a un equipo de hockey muggle, Damian se integra con niños de la comunidad muggle. Lo que puede abrirle nuevas perspectivas y experiencias fuera de su entorno mágico habitual.

    • Al participar en actividades muggles, Damian corre el riesgo de ser descubierto como un mago o semivampiro por aquellos que no pertenecen al mundo mágico. Esto podría plantear desafíos adicionales y poner en peligro su secreto y su seguridad.


    Trust nothing by myself: Damian puede experimentar un retraso en su desarrollo emocional debido a su crianza aislada y las dificultades que enfrenta al interactuar con los demás. Podrá tener dificultades para comprender y expresar sus propias emociones, así como para entender las emociones de los demás, además de cierta confianza de sí mismo, pero poca del resto. [Duración: Pasiva Mutable, puede cambiar a lo largo del desarrollo de la historia]

    One more of them: El aislamiento del mundo mágico causa en ti que tengas cierta preferencia. Te han mostrado la confianza y te sientes más cómodo en entornos muggles, así como podrás sentirte incómodo o reaccionar de mala forma en cuanto escuches que alguien denigra a los muggles de cualquier forma posible. te sentirás uno más de ellos, pues no lograste captar el cariño y confianza en un entorno mágico. [Pasiva Mutable, puede cambiar a lo largo del desarrollo de la historia del personaje.]

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